Los primeros pasos de Tchaikovsky

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A los años de su plácida infancia se remontan los primeros estudios teóricos y las primeras experiencias musicales, entre ellas la ópera Don Giovanni de Mozart, que dejó una huella imborrable en el ánimo del muchacho. Desde entonces se dedicó siempre al estudio del arte, aunque, por deseo de su padre, se matriculó en la facultad de derecho de San Petersburgo y, conseguido el título de leyes, aceptó un puesto en el Ministerio de Justicia, en el que, sin embargo, no permaneció mucho tiempo: en 1863 renunció al empleo para poder asistir al curso de composición que Anton Rubinstein impartía en el Conservatorio de San Petersburgo. Diplomado en 1865, fue designado al año siguiente para enseñar armonía en el Conservatorio de Moscú, donde desarrolló su actividad hasta 1877.

Los primeros pasos de Tchaikovsky en el mundo de la música no revelaron un especial talento ni para la interpretación ni para la creación. Sus primeras obras, como el poema sinfónico Fatum o la Sinfonía núm. 1 «Sueños de invierno», mostraban una personalidad poco definida. De inspiración fácil, gustaba del lirismo efusivo y espontáneo, abierto a inflexiones idílicas o elegíacas de una grata cantabilidad, lo que explica el éxito posterior de sus obras tanto en su patria como en el extranjero.

De finales de esta etapa data la primera de sus composiciones que gozó de aceptación, la obertura Romeo y Julieta (1869). Esta “obertura fantasía” rehúye todo pintoresquismo para centrarse en el destino de la pareja protagonista. Inspirada en el trágico devenir del Romeo y Julieta shakespeariano y dotada de una expresividad poco corriente, la partitura tuvo una larga gestación: a causa de los juicios críticos de Mily Balakirev, Tchaikovsky llegó a escribir tres versiones de la misma, la más interpretada de las cuales es la tercera, fechada en 1880.

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